Para empezar, una película de cinco estrellas que se desarrolla en un hotel de cinco estrellas. La 64ª edición de la Berlinale, que por ahora está a salvo de la nieve e incluso del frío, arrancó con El gran hotel Budapest, otro melancólico filme de Wes Anderson (Houston, 1969), que en esta ocasión traslada la acción —al menos la parte central del filme— al periodo de entreguerras y a la ficticia república de Zubrowka, enclavada en Europa Central. El establecimiento del título es conocido por sus aguas termales y por el buen hacer de su conserje —al que encarna un resucitado Ralph Fiennes—, Monsieur Gustave H., un tipo tan meticuloso con su trabajo como dotado para las relaciones sociales con sus huéspedes, especialmente sin son ricas mujeres de edad madura y de alta sociedad. A ese mundo idílico llega un botones, Zero, al que Gustave apadrina. Ese mismo botones, dueño del hotel, será quien décadas después, en pleno imperio soviético, le contará sus aventuras a un joven escritor, en un juego de historias dentro de historias que Anderson asegura nace de su reciente pasión por el escritor Stefan Zweig.
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